Por más que le busquemos explicación a la pobreza, a la desigualdad y a la inseguridad, es sencillo concluir en que el principal causante de todos estos problemas es la tan cotidiana corrupción.
Pero, ¿a qué llamamos corrupción? Algunos diccionarios definen esta palabra como una situación o circunstancia en que los funcionarios públicos u otras autoridades públicas están corrompidos.
Y si bien la corrupción parece inofensiva para quien la comete, las secuelas que deja son demasiado graves. Es gracias a la corrupción que no hay medicinas en los hospitales públicos, o que no exista un sistema educativo de calidad, o que vivamos en uno de los países con los mayores índices de inseguridad en todo el planeta. La lista puede continuar…
De acuerdo con el último Índice de Corrupción, elaborado por Transparencia Internacional y publicado en febrero del presente año, Honduras es el séptimo país con los mayores índices de corrupción en Latinoamérica y el tercero en Centroamérica, sólo superado por Nicaragua y Guatemala.
Y, aunque muchos ciudadanos desconocen cifras como las que cité en el último párrafo, es fácil que desarrollen una desconfianza hacia nuestros servidores púbicos y, en especial, hacia aquellos que ostentan cargos políticos.
Se puede comparar a la corrupción con el cáncer, ya que, al absorber dinero destinado a la educación o la salud, genera grandes enfermedades como la pobreza y, además, la desigualdad. Basta conocer que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el índice de pobreza en Honduras es del 68% y que, según el Banco Mundial, somos el tercer país más desigual del mundo.
En base a lo anterior, podemos reafirmar que la corrupción es el origen de la mayoría de los problemas sociales, esto debido a que quienes se benefician de ella tienen que pasar por encima de otras personas, sin importar nada más que el interés propio. Y así, en el país de los nuevos ricos, los pobres son cada vez más.